
Salud Mental: El riesgo de confiar en chatbots como terapia, también en nuestro país
En las últimas semanas, diversos estudios y medios internacionales han alertado sobre el creciente uso de chatbots de inteligencia artificial como fuente de apoyo emocional entre adolescentes. Según Common Sense Media, más del 70 % de los jóvenes en EE.UU. ha utilizado asistentes de IA, y un tercio incluso conversa con ellos sobre temas serios en lugar de hacerlo con personas reales. Investigaciones como la de Stanford muestran que una parte significativa recurre a herramientas como Replika con fines terapéuticos.
El problema no es solo la frecuencia sino la calidad de las respuestas que ofrecen estos sistemas. Un estudio de RAND detectó que, aunque los chatbots suelen evitar respuestas a consultas extremas sobre autolesiones, fallan en niveles intermedios de riesgo, entregando a veces información peligrosa o errónea. Asimismo, investigaciones recientes documentan casos en los que chatbots recomendaban conductas violentas, rechazaban consultas legítimas o inducían a acudir a terapias inadecuadas.
Un reflejo en Argentina: En el país, especialistas ya observan señales similares. La educadora Marina Marroquí advierte que la necesidad de profesionales en salud mental es urgente y que muchos jóvenes se vuelcan antes a herramientas como ChatGPT que al sistema sanitario. En tanto, publicaciones como Revista Soberanía Sanitaria plantean que, aunque la IA puede reducir la carga emocional de hablar con otro, termina anulando precisamente aquello que la terapia busca: el vínculo interpersonal.
Hasta ahora, Argentina carece de una regulación específica que guíe el uso de inteligencia artificial en salud mental adolescente.
Si bien los chatbots pueden brindar compañía accesible, especialmente en contextos donde la salud mental está desatendida, la evidencia alerta que su uso como sustituto terapéutico conlleva riesgos reales. Las respuestas inconsistentes, la ausencia de empatía auténtica y la falta de regulación hacen que Argentina, como muchos otros países, deba atender ya este desafío. Se requiere una política pública que -junto con investigaciones rigurosas- regule este creciente fenómeno tecnológico antes de que sus riesgos se expandan entre los vulnerables.
Fuente: SaberenSalud.