
Salud, longevidad y poder: ¿una “fórmula” para vivir hasta los 150 años?
En plena exhibición militar en Pekín, un micrófono abierto captó un diálogo insólito entre Vladimir Putin y Xi Jinping (ambos tienen 72 años): Xi afirmó que a los 70 “todavía se es un niño” y anticipó que “algunos predicen que en este siglo la humanidad podría vivir hasta los 150 años”. Putin, por su parte, comentó que gracias a la biotecnología “los órganos humanos podrán trasplantarse continuamente” y que así se podría “llegar incluso a la inmortalidad”.
Desde la perspectiva de la salud, estas declaraciones abren un gran abanico de preguntas: ¿son realistas? ¿qué implican desde el punto de vista ético y médico? Según expertos, como el Dr. Diego Bernardini—médico especialista en longevidad—la idea de vivir hasta 150 años no solo es impulsada por avances científicos, sino también por “mucha plata e intereses”.
La comunidad científica coincide en que los trasplantes de órganos son vitales para pacientes terminales, pero no están diseñados para prolongar la vida de personas sanas de forma indefinida. Los riesgos quirúrgicos, los efectos secundarios de los inmunosupresores y la incompatibilidad orgánica representan grandes barreras.
Además, la longevidad está limitada por factores biológicos profundamente arraigados: nuestra esperanza de vida máxima se ubica en torno a los 115–122 años, y duplicarla dependería de avances aún no disponibles. Como recuerda el investigador José Manuel Monje, “no solo somos órganos”, y el cerebro, los músculos, el sistema inmunológico y otras funciones complejas no pueden simplemente reemplazarse como un repuesto.
Fabián Norry, biólogo del Conicet, remarca que incluso si los trasplantes autorizados pudieran extender la vida de un individuo, no modificarían la genética poblacional ni garantizarían longevidad heredable. La prolongación sostenida, sobre todo basada en manipulación genética, sigue siendo especulativa y su impacto real es aún incierto.
En este contexto, la visión médica privilegiada propone apostar por una vida más larga y saludable, no una eternidad estéril. El verdadero desafío está en asegurar calidad de vida, no únicamente cantidad, y en distribuir los beneficios de cualquier avance de forma justa y con enfoque colectivo.
Mientras algunos sueñan con vivir hasta los 150, la salud pública continúa priorizando el bienestar real, sin fórmulas mágicas ni promesas de inmortalidad.